lunes, 21 de septiembre de 2009

Benditas Muelas... ajá.



Hace tres días me quitaron las dos muelas del juicio del lado izquierdo, tanto inferior como superior. Yo nunca había sido víctima de los dentistas en este grado así que decidí no dejarme llevar por los nervios y ver la operación como un paso más en el camino de la vanidad.

Todo empezó cerca del 10 de septiembre. La muela de abajo me empezó a doler, un dolor normal, es decir, nada que un buen anti-inflamatorio no pueda quitar o hacer tolerable. Para no hacer el cuento largo, el dolor siguió hasta el 15 de septiembre, día de las fiestas patrias en el que mis amigos y yo habíamos planeado una celebración bastante grande. Desde luego no iba a dejar que una muela interfiriera con mis planes, pero de todos modos hice una cita con la dentista para el jueves 17, no fuera a ser la de malas que se tratara de una infección.

La fiesta estuvo buenísima, chistes, música, comida, bebida y  más detalles en los que no pienso entrar; pero al parecer hasta la muela se emborrachó porque me dejó disfrutar en paz de las tostadas y las carcajadas. El problema fue cuando a la desgraciada se le bajó la fiesta porque se convirtió en una "super encía" que no me dejaba ni cerrar la boca. Nada que otro Bifebral no pudiera solucionar, así que a la media hora (en lo que hizo efecto la medicina) ya estaba como si nada.

Al día siguiente la muela hizo otra vez su berrinche, pero esta vez nos esperaba la dentista, sí, a la muela y a mi. No había más remedio que quitar la muela, y para acabarla de amolar también había que quitar el "tercer molar superior izquierdo" ( o sea la muela del juicio de arriba del lado izquierdo) pues era el que provocaba la macro encía. A mal paso darle prisa y, ¿por qué no? el viernes era el día perfecto para eliminar las dos causas de mi dolor.

Nunca me habían anestesiado antes, ni la boca ni nada, así que la sensación me causó bastante gracia, y más gracia aún ver al doctor luchando con la muela inferior para poderla sacar en cachitos porque las raíces estaban torcidas y no permitían una extracción normal. Sí, ahí estaba yo con la boca llena de sangre, babeando y atacada de risa. 

Mi felicidad duró unas cuantas horas más mientras me veía en el espejo con el lado izquierdo de la cara caído gracias al entumecimiento que la anestesia provoca... Pero pasó el efecto y vino el dolor. Sobra decir que al pobre doctor le zumbaron los oídos toda la tarde y la noche mientras yo comía helado de limón sentada en mi cama con un cachete que parecía globo a medio inflar y un dolor que hacía que la super encía pareciera placentera. Solamente pude dormir una hora, y no conforme con eso moría de hambre y me dio gastritis por tanto medicamento.

Al día siguiente mi mamá habló con el doctor, quien le dijo que lo mejor era que me inyectara un analgésico. ¿QUÉ? ¿Inyectarme? ¡Definitivamente No! Ya estaba incapacitada para comer, beber, dormir, hablar, fumar, etc.  ¿y además me iba a incapacitar para sentarme? porque no era solamente una inyección y listo, no ¡era una cada 12 horas! para acabar pronto hice berrinche y dije que no, que no y que no; entonces el pobre doctor (a quien no dejábamos de llamar aunque era sábado) le dijo a mi mamá que incluyera un medicamento más a la lista... mi gastritis se triplicó pero el dolor de la muela se calmó.

Hasta hoy sigo al pie de la letra las indicaciones para los medicamentos y poco a poco me he vuelto a incorporar a la normalidad, pero ¿a quién se le ocurrió empezar a quitar las muelas del juicio? Yo quiero saber qué hacía la gente con sus "terceros molares" cuando no se los tenían que quitar antes de que salieran sino solamente cuando causaban problemas graves. 

Bien, tuve mi paso al frente en el camino de la vanidad dental, el siguiente es quitar las otras dos muelas y después los dichosos frenos que son todo menos estéticos. Pero para eso todavía falta algo de tiempo, mientras tanto seguiré comiendo helado de limón en lo que se me acaba de quitar la inflamación en el cachete que tanto me recuerda a Kiko, el del Chavo del Ocho. 

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